En parte, nos alivia saber que el estrés de las grandes ciudades visitadas lo dejamos atrás, pero que la melancolía que nos empieza a recorrer por nuestros cuerpos la cambiaríamos por la sensación de nervios que tuvimos al inicio del viaje.
Ya estábamos ahí, en el Aeropuerto Internacional de San Francisco; bien cansados y cargados varias maletas de "tonelaje" diferenciado. Obviamente, la mía es la que más. Ya he tenido una pequeña discusión con mis padres a la hora de hacer el equipaje porque no me cerraba la maleta. Y es que, quise traerme tantas cosas de cada sitio visitado, que no podía prescindir de nada.
Eran las 11 de la mañana, y hasta dentro de 1h. no salía nuestro vuelo de vuelta, así que hicimos todo el papeleo y llevamos ya todas las maletas al mostrador.
Mientras tanto, hicimos tiempo viendo tiendas de souvenirs (y no, no me dejaron comprar nada más; ni siquiera con la excusa de "¡pero un recuerdo al menos!").
Más tarde, fuimos a una cafetería puesto que hacía ya 4 horas que habíamos desayunado en el hotel (exactamente, a las 6:50h.) y teníamos un poco de hambre.
Mi padre se tomó unas tostadas con mantequilla y un café solo, mi madre quiso copiarle y yo, indecisa, decidí finalmente tomar un batido de chocolate con un croissant...
Mónica Morell.
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